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Silencios | Cuentos imaginativos y nihilistas utiles para pensar
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Cuentos cortos imaginativos y nihilistas

Silencios

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Es el banco de entonces, ahora en soledad. La misma luz de siempre, apaciguadora. Sin turistas la basílica es silencio, la música de fondo también es silencio. Al entrar unas pocas lágrimas en los ojos, suficientes para humedecerlos. Después, con los recuerdos y con la paz, se han ido yendo poco a poco: los recuerdos le han podido a la melancolía. La historia contada de la basílica. El libro regalado leído viendo solo su cara. La profesora sienta a los niños y les cuenta como se construían las iglesias en la edad media, lo mucho que tardaban, que empezaban por el ábside. Tiene tanto silencio en sus palabras como la música. Nos fuimos al hotel, antes me llevaste a ver la capilla de Marcús, estaba cerrada aquel día. "Has de verla es una maravilla" dijiste. Hoy la he visto, es pequeña,  como eras tú, pequeña como la virgen del Mar. Dentro tres mujeres, el altar preparado para la misa con dos velas encendidas. Ellas esperan de pie, pacientes. Tomamos cava, tenías sed y no querías otra cosa, y miramos desde el ventanal cercano a las estrellas la Barcelona vacía de las cuatro de la madrugada. Me contaste como se rehabilitó la basílica en los sesenta, como era antes recargada sin la sencillez acogedora de ahora, la vista tan maravillosa que había desde su tejado un día que de niña subiste. Todavía noto tu brazo cogiendo mi cintura, desnudos, mientras dices que vista tan bonita, que tranquilo está ahora el mundo. Habíamos tomado una cerveza y unas tapas en aquel bar de la plaza de las Ollas, tu no tenías hambre, apenas picaste un poco. Me habías recogido a las seis y cinco enfrente de la oficina. Recorrimos cogidos de la mano, como niños, la calle Moncada y las callejuelas que la rodean. En esa tienda venden un té muy bueno. Esa es la librería en donde pierdo muchas horas de mi vida. Ahí compro a veces ropa. Tu sonrisa, siempre tu sonrisa. A la mañana siguiente no desayunamos. Yo volví al trabajo y tú a tu casa. Habías dormido en casa de una amiga y yo había viajado a Madrid. Como adolescentes. Sentados en un banco del paseo del Borne soñamos con aquel piso de alquiler, incluso llamé para preguntar el precio. No tenía ascensor y tu no podrías subir, no te servía y además era demasiado caro. Tú y yo no somos mas que amantes. Siempre decías algo que alejaba la angustia cuando aparecía, aunque te mintieses, aunque me mintieses. Tus ojos decían otras cosas pero te las callabas. He sentido mas sensaciones en dos meses sin salir de Barcelona que en todos mis viajes, que en toda mi vida. Tus ojos miraban las luces de la ciudad y a mí desde tu pequeñez. Aquella noche decían lo mismo que tu voz, habías olvidado al resto del mundo. Recuerdo que me miraste igual, hace poco, en la cama, con tu sonrisa que desbordaba la mascarilla de oxigeno. No te importaba el poder hacerle daño, tanto daba ya. La palabra esposo, gotas de vino derramadas para cerrar un contrato; opuesta a la mas  bella de todas las palabras jamás dichas: amante, el que te ama, la que me ama. Si hay mas allá, te lo haré saber con un largo y húmedo beso. Las vidrieras de color inundan la basílica de una luz de silencio, como la música, como la ausencia de turistas, como las palabras de la profesora a los niños, como la palabra amante, como el beso.
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