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Violencia | Cuentos imaginativos y nihilistas utiles para pensar
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Cuentos cortos imaginativos y nihilistas

Violencia

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A pesar que la mar estaba tranquila como una bañera el barco se movía igual que si estuviésemos en una tormenta (ese era el estado del Ciudad de Barcelona tras mas de cincuenta años navegando) y la única manera de no marearse en exceso era dormir en una litera de la sala comunal para hombres, emborracharse o dedicarse a contemplarla desde cubierta con los ojos fijos en el horizonte y la brisa en la cara y esta era la elección de mis dos amigos y mía.

En esa estábamos, deseando que el viaje se acabase para poder llegar a Ibiza y conocer la isla de los hippies, cuando se nos acercó aquel hombre. Después de estar un rato a nuestro lado, mirando el mar y sin decir nada, por fin habló, mientras miraba al cielo:

—Ese avión debe de volar por lo menos a mil metros de altura. Es increíble los adelantos de hoy en día.

Miramos hacía el cielo y vimos la estela de un avión que debía de estar a unos ocho o diezmil metros de altura. Después nos miramos entre nosotros con cara de cachondeo.

—Si “por lo menos a mil metros de altura”. Por eso se ve tan pequeño—respondió Pepe.

—Si claro, por eso se ve pequeño por que está muy lejos—respondió el extraño— ¿Qué? ¿De vacaciones muchachos?

—Si de vacaciones

—¿De donde sois?

—De Barcelona

—¿Conocéis Ibiza?

—No, es la primera vez que vamos

—Yo también, pero ahí follareis mucho con las extranjeras, ya lo veréis. Yo tengo un hijo que trabaja en San Antonio de camarero y se hincha a follar con esas guarras. ¿Vais a San Antonio? Si queréis os presento a mi hijo.

—No, no vamos a San Antonio— respondí, lo cual era mentira pues nuestro destino era el camping que estaba precisamente ahí.

—Es una lastima que no vayáis porque mi hijo me ha dicho que es muy bonito y que hay mucha marcha por las noches.

Después de esto quedó un rato callado como buscando mas prodigios modernos en el aire.

—Yo vengo de Francia. Soy de Zaragoza, pero vengo de Francia.

Como no le seguimos la conversación la siguió el solo

—Aquí donde me veis yo he trabajado de camarero en la UNESCO, allá en Paris. Paris es la hostia, es la mejor ciudad del mundo: la ville lumière.

Estuvimos por preguntarle que cuantas cités del mundo conocía pero el siguió con su monólogo.

—Y las francesas, ¡joder con las francesas! No son unas reprimidas con el sexo como las españolas, ¡que va! Les va la marcha un montón y te hacen de todo. No como aquí que tu mujer no se desnuda ni para bañarse y menos aún para acostarse para hacerlo contigo.

Pepe, a pesar de nuestra mirada asesina, le preguntó:

—¿Y como es que se fue a Francia?

—Por motivos políticos y por trabajo. En mi pueblo no había manera de tener un trabajo medio bueno con el que mantener a mi mujer y a mi hijo. Por eso me fui a Paris a trabajar a la UNESCO. ¿Os he dicho que también fui camarero personal de Pompidou en el Eliseo? Pues si, cuando estaba trabajando en la UNESCO me llamaron del Eliseo para que fuese el camarero personal del señor Pompidou, que me había reclamado personalmente. ¡Que gran hombre, que amable, que generoso!

Calló otro rato como para coger fuerzas y prosiguió.

—Vengo a Ibiza a ver a mi hijo. Hace veinte años que no lo veo ni a él ni a su madre. La verdad es que no me he portado bien con ellos todo este tiempo. Pero ya sabéis uno se va al extranjero a otro país, esas tías, un buen trabajo, ganando dinero… y se olvida de lo de aquí. Mi mujer es una gran mujer y no se merece lo que le he hecho. Me gustaría volver a vivir con ella y estoy seguro que a ella también. ¿Sabéis porqué vengo a ver a mi hijo?

—No ¿porqué?

—Pues vengo a que me ayude. Es un buen chaval y seguro que me ayuda. En Francia yo estaba viviendo con Eli, una tía buenísima de treinta años, con un par de tetas y un culo... Tengo un hijo de tres años con ella, pobre crio. Pero ya sabéis como son las tías, en cuanto he tenido problemas con el trabajo y he dejado de ganar dinero  ha dejado de quererme. Y yo.. yo soy muy familiar. Que me deje ella pues vale, pero perder a mi hijo ¡Como voy a dejar yo a mi hijo con tres años que tiene la criatura y lo que lo quiero!

Lo miramos los tres con cara de estupefacción. El cabrón no había dudado en dejar hace veinte años a mujer e hijo en un pueblo de Zaragoza y ahora se hacía el victima porque su mujer francesa lo dejase ¡Manda cojones!

—Tenéis que entenderlo uno está solo en un país extraño, la verdad es que las pasas muy putas, los franceses son unos cabrones y te putean un montón si eres español, haces muchas tonterías y mas si eres joven. Pero en lo último que he hecho reconozco que me he pasado. Suerte que mi hijo…el camarero…ese.. ese seguro que me ayuda porque un padre es un padre y un hijo es un hijo y esas cosas no las borra nadie ni nada. ¿Estáis de acuerdo?¿No?

—Claro— respondimos

Intrigados le preguntamos:

—¿Y qué ha sido lo “último”?

—El otro día iba yo un poco, bueno,  ya sabéis… alegre, y me encontré con Eli en el bar del pueblo en el que trabajaba de camarera. Yo sabía que el niño estaba con ella pues no tenía con quién dejarlo y se lo tenía que llevar al trabajo cada día. Me acerqué al bar para darle un beso a la criatura. Ella al verme se puso como una fiera y me llamó borracho, gandul, sinvergüenza, maltratador, en fin …menos guapo de todo. Traté de calmarla diciéndole que solo quería darle un beso al niño pero siguió insultándome, me dijo que apartase mi aliento de borracho de su hijo…¡de su hijo!, y no sé que me pasó entonces.

Hizo otra larga pausa.

—Mirad ya se ve Ibiza al fondo. Mirad, mirad allá a la izquierda.

Miramos a donde decía y vimos efectivamente la isla mucho mas cerca de lo que pensábamos. El prosiguió:

—Total que maté a esa hija de puta y mi hijo me va a ayudar con este lío. No se que pasó, lo que sé es que yo estaba fuera de mí y saque el sacacorchos de camarero que tengo desde que llegué a Paris, uno pequeño muy bonito con empuñadura de nácar, que usé en la UNESCO y con Pompidou ¿queréis verlo?—y sacó un sacacorchos del bolsillo— abrí esta navaja que lleva para desprecintar botellas—la abrió mientras lo decía— y le tiré, le tiré, le tiré al cuello y le volví a tirar muchas veces.

El tipo, empuñando el sacacorchos a modo de espada, atacaba repetidamente el aire que tenía enfrente como si estuviese matando realmente a alguien, ante nuestro estupor.

—Me acuerdo que sangraba como una cerda, la cabrona, y que gritaba mucho y que se tapaba el cuello con las manos y que se caía al suelo. Me fui corriendo aunque no fue culpa mía si no que no hubiese querido quitarme a mi hijo. ¿Verdad chavales?

Convencidos que estábamos delante de un loco que se había escapado de un manicomio le contestamos que por supuesto y nos despedimos de inmediato con la excusa de tener que ir al camarote a preparar las mochilas y esperando no volverlo a encontrar en San Antonio. El también se despidió de nosotros amablemente diciéndonos:

—¡Que folléis mucho con esas guarras extranjeras, que folléis mucho, chavales!

—¿Vamos a la policía cuando lleguemos a Ibiza?—dijo Pepe

—Que vamos a ir ¿No ves que está loco como una cabra?—le respondimos

Nota del autor: este “loco como una cabra” fue condenado a muerte en rebeldía por el juzgado de los Pirineos Orientales de Perpiñan el dos de octubre de 1975 por el asesinato de una camarera de treinta y un años llamada Eliann

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