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Era poeta | Cuentos imaginativos y nihilistas utiles para pensar
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Cuentos cortos imaginativos y nihilistas

Era poeta

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Era poeta. Escribía poemas de amor, tiernos, delicados. De esos que te llevan sin querer a recuerdos maravillosos. Trabajaba de contable en un almacén de plástico y escribía por placer. Cada día publicaba un poema en su blog. Nadie los leía, pero él era feliz escribiendo y publicando.

Un día recibió un mensaje. Lo firmaba Marta. Le decía que había entrado en su pagina y leído el primer poema, que le había gustado mucho y no había podido parar hasta leerlos todos. Le decía que se había acostado a las cuatro de la madrugada, feliz. Él le contestó, muy educado, dándole las gracias por sus palabras y que le motivaba mucho que alguien leyera lo que escribía.

Al día siguiente recibió otro correo de Marta. Era un análisis, desde un punto de vista muy personal, de los sentimientos reflejados en su poema “Soledades”. Le explicaba las sensaciones que había tenido después de cada palabra, después de cada verso. Como lo había releído una y otra vez, rápido la primera vez, mas lento las siguientes, hasta ser capaz de reproducirlo de memoria y poder, entonces, saborearlo de la mejor manera que ella saboreaba la poesía que era con los ojos cerrados. La lectura del correo le trajo de forma involuntaria aquella sensación que él había tenido al escribirlo y, sin querer, cerró a su vez los ojos y lo recordó. Le contestó de forma fría y muy educada a los comentarios recibidos.

A partir de ese momento cada día recibía el comentario de otro poema. Con este he llorado muy sola; este otro me ha hecho sonreír recordando mi juventud; con aquel he vivido la angustia del amor no correspondido; aquel otro me ha provocado la misma sensación en el estómago que provocó mi primer beso. Soy capaz de recitarlos en mi interior, uno a uno, sin olvidar ni una palabra ni un silencio. A él cada correo le transportaba al momento en que, con el lápiz en la mano, había sacado de su interior su soledad, su juventud, aquel amor que no fue, el recuerdo de su primer beso, tan lejano ya. Parecía como si aquella mujer hubiese estado en su interior, sintiendo con él, mientras que el transformaba sus sentimientos en palabras y en rimas. Él, siguió durante un tiempo, contestando en tono neutro, cortés, agradeciendo sus palabras. Pero al poco le explicó que sintió lo mismo al escribir, que ella le decía que sentía al leer.

A partir de ese momento empezaron a conocerse, a contarse cosas de sus vidas. Él le contaba que estaba solo; como era su aburrido trabajo; que un día fue también un niño que iba en bicicleta y se ensuciaba jugando al fútbol; que ya entonces le gustaba escribir. Ella a su vez le contó la difícil infancia que tuvo con un padre paranoico; la escasez por la que pasaron sus cinco hermanos y su madre cuando aquel murió; como tuvo que crecer con una deficiencia muscular; su matrimonio que acabó por la rutina; como murieron muy jóvenes dos de sus hermanos: uno por accidente y otra por un ictus. Pero mas allá de esas historias, de esas palabras, cada día se reía mas con sus bromas y se emocionaba mas con lo que ella le contaba.

Un día él le pidió una fotografía. Ella le envió fotos de cuando era niña, de cuando era adolescente, en un hotel de Mallorca, en un rio en bañador. En la última que le envió no tendría mas de veinticinco años. Él, esperó fotos mas recientes, quería ver como era ahora, pero no llegaban. Envíame fotos de hoy en día, le pidió. Todavía no es el momento para que sepas como soy, igual no te gusto, le dijo ella.

Un día ella le dijo que le gustaría oír su voz, que se la imaginaba bella, sosegada, apacible. Le envió su número de móvil y él la llamó al instante. Le contestó una voz dulce, nerviosa.

Siguieron escribiéndose y hablando cada vez mas tiempo por teléfono. Él, aprovechaba cualquier momento en que estaba libre, cualquier viaje en metro o en autobús, cualquier ocasión para llamarla. La relación que había empezado comentando poesías se transformó en conversaciones largas, intrascendentes, divertidas. Cualquier motivo era adecuado para llamarse y estar hablando media hora riéndose, el uno con el otro, por cualquier cosa.

Un día él le dijo “quiero verte en persona”. Ella le respondió “aún no, aún falta un poco, pero ya no demasiado”.

Una o dos semanas después ella le preguntó en un correo que porqué le escribía, que porqué la llamaba por teléfono varias veces al día. Él, sorprendido por la pregunta, dudó un rato antes de contestar y por fin dijo “porque me gustas”. Ella simplemente escribió “sublime”.

Quedaron para salir el jueves de la semana siguiente. Ella pasó a recogerlo con un coche viejo a la salida de la oficina. Él, subió, la miró y le gusto su cara. Cuando aparcaron y salieron del coche, para ir a comer a un restaurante que ella había elegido, se le vino el mundo encima. Era muy baja, regordeta, con muy poco pecho y cojeaba. Pensó que se había equivocado con esa cita. La comida fue fría, distante. Casi ninguno de los dos probó bocado. En los postres ella, de repente, le dio un beso en la boca y él dejó de ver su estatura, sus pocas tetas, su cojera. A partir de aquel momento, y para siempre, solo vio a la persona encantadora con la que se había estado escribiendo en las últimas semanas, a la persona que sentía como sentía él mismo y que además tenía la mas maravillosa mirada que nunca había visto.
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